Oda a una Mochila

Y tras siete años de fiel servicio, ayer jubilé a mi vieja mochila. La verdad es que me encantaba! No era muy amplia, pero sí sólida, fuerte. Y llevó durante mucho tiempo todas mis cosas con esmero. Pero a partir del año pasado dejó de ser la misma. Ya estaba ajada, por supuesto. Sin embargo, las pequeñas rajas y heridas que tenía empezaron a ser más profundas.

Los bolsillos se desilachaban, las cosas se caían. Un par de ellos fueron amputados, y aún así seguí manteniéndola conmigo. Porque de verdad, esa mochila me encantaba. Sin embargo, tenía que cambiarla. Tuve que hacerlo, aunque yo no quería. Y ayer, con todos los respetos posibles, la vacié.

La vacié, la limpié y la observé. El bolsillo frontal estaba descuajeringado totalmente. La cremallera estaba medio rota y se trababa con el forro, que también había tenido días mejores. Los bolsillos laterales por su parte, estaban llenos de agujeros, que amenzaban con dejar caer mis cosas. El bolsillo interior hacía tiempo que fue arrancado, sólo quedaban los vestigios de lo que un día fue.

Estaba desilachada por demasiadas partes, las cremalleras aunque no llegaban a estar oxidadas no corrían con la misma facilidad y el respaldo y el suelo (de cartón forrado con tela) estaba partido por varias partes. Y después de observarla, me di cuenta de una cosa.

No tengo mucho apego a las cosas. Porque pese a que me fijé en todos sus detalles, pese a que me maravillaba esa mochila, la tiré, sin más miramientos. Me gustaba, pero ya había cumplido su cometido. Así que sin más, la tiré. Y como no quiero ponerme melodrámatica, así que sólo lanzaré una preguntita... ¿haré lo mismo con todas las cosas que hayan perdido su interés o utilidad?