miércoles, julio 04, 2007

Playa


Nuestra vida es como una playa. Una playa de arena fina y tostada a veces, sucia y emponzoñada con el petróleo de malas experiencias otras.

Hay días soleados, en el que el mar está tranquilo, plano como un plato en el que no corre ninguna corriente de aire. Su única función parece ser la de reflejar el cielo que a su vez puede estar límpido y azul, o amenazar con brumas de tormentas emocionales.

También hay días en los que vientos salidos de ninguna parte empiezan a provocar olas, al principio pequeñas, que sólo mojan juguetonas las orillas de nuestra playa; pero que poco a poco pueden convertirse en verdaderos maremotos que nos amenazan con tragarse toda la arena, toda la playa.

Lo malo es que no podemos preocuparnos sólo del viento y del mar, de los cielos y de las olas; porque estaríamos olvidando lo más básico de la propia playa: La arena misma. Porque...¿Qué es una playa sin arena? Estaría medio vacía...dejaría de ser una playa de verdad. Nos quedaríamos sin lugar dónde pasear.

Y necesitamos ese lugar para caminar. Porque cuando paseamos por nuestra vida, vamos dejando huellas; algunas, profundas, seguirán ahí para recordarnos quiénes somos en realidad. Otras, simplemente se desdibujarán entre la arena.

También tenemos que tener cuidado dónde nos ponemos a pasear: Si nos alejamos mucho de la orilla, las pisadas se quedarán informes y solitarias, resecas al sol, desaparecerán rápidamente. Si nos acercamos demasiado al agua, aunque en un principio se queden bien definidas y frescas, el mar las borrará.

Sin embargo, llega un momento, después de mucho caminar y tropezar, que te ves obligado a dejar tus huellas atrás; sabes que el mar o el viento las van a borrar.

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