Liza, Parte I
Me llamo Liza. No es mi nombre real, no es el nombre que me pusieron mis padres. Pero ése no lo diré. Es como mi apellido, ya no tienen sentido, y son sólo partes de mi memoria. Soy Liza, y con eso vale.
Viví toda mi infancia en un pueblo pequeño y mugroso, que tuvo la mala suerte de estar en medio de trifulcas continuas. Incluso teníamos una guerrilla que decía salvaguardar nuestros intereses. Mentiras, todo mentiras. Toda la familia estaba de acuerdo en eso, o al menos eso creían los mayores. Papá, mamá, el tío, los abuelos...Hasta que mi primo entró a formar parte de ellos. Le gritaron y amenazaron, mi tío le pegó una paliza. Recuerdo muy bien ese día... no fue hace tanto tiempo. Tan sólo unos nueve años. Yo debería haber estado en mi camastro, durmiendo. Pero no podía. En medio de una ensoñación que debía haberme llevado hasta el maravilloso mundo onírico que me permitía escapar de la realidad alguien gritó. Era mi madre, llorando. Después de otro grito, esta vez de mi tío, me desperté del todo. No entendí lo que dijo, pero sí aprecié el tono. Bajé de mi cama y me dirigí hacia dónde estaba toda mi familia. Todos en un semicírculo, rodeando a mi primo, en la asquerosa cocina que mi madre trataba de mantener limpia todos los días. Ví la cara de mi primo. Tenía mal aspecto, sin embargo, irradiaba convicción, pena y odio a partes iguales. Lloraba. Mi tío volvió a gritar, aunque esta vez sí entendí lo que decía. ¡Eres la vergüenza de la familia! Somos pobres, pero honrados, y esos cerdos que dicen que luchan por nosotros tan sólo te toman el pelo, imbécil. Se quedan con lo que rapiñan, raptan niños y violan mujeres. ¿Eso es lo que te hemos enseñado? ¿Eh, desgraciado?. Tras eso, le dio un bofetón. Le rompió el labio. Sangre y lágrimas se mezclaron, pero aquella mirada de fiereza no desapareció. Ya le había pegado antes, las magulladuras de sus brazos y el ojo que comenzaba a amoratarse lo aseguraban.
Limpiándose como pudo, apartó a mi tío, aunque sin tocarle y sin mediar palabra se fue. Inevitablemente, para poder salir, pasó por mi lado y todos me miraron. Sentí algo de miedo, por lo que me pudieran decir, pero era mi primo el protagonista aquél día, no yo. Al pasar, me tocó la cabeza y me miró. Tenía el rostro compungido y lloroso, ya no había esa mirada en su cara; me sonrió. Supe que no le volvería a ver más.
Pasaron un par de años, entre la rutina habitual. Hasta que un día, próximo a mi catorceavo cumpleaños, apareció un tal Joe. Era un hombre alto, rubio y bastante atractivo. Buscaba gente, familias, a poder ser, que se quisieran someter a unos cambios. Eran implantaciones de nuevas armas, implantes cibernéticos, aún prototipos en su mayoría, que según él, habían dado muy buenos resultados en monos y demás primates, y que no supondrían casi ningún peligro. Pagaba bien, además. Mi madre y mi abuelo se opusieron, pero mi padre y mi tío decidieron participar. A mí se me dio a elegir y acabé participando. Al final, toda mi familia fue trasladada lejos del pueblucho dónde nací.
Nos llevaron a una especie de caja enorme... Era una cúpula gigante, distribuida en distintos sectores, con un laboratorio grandísimo y doce más, mucho más pequeños. Allí había otras familias también. Allí conocí a Sally y a Peter. Sally tenía dos años más que yo, y Peter tres. Eran hermanos, muy altos y delgados. Pelirrojos los dos. Sally era la ayudante personal de Joe. Se encargaba de atender a los “invitados” y básicamente de ver cómo evolucionaban con los implantes. Su hermano Peter, era aprendiz de tecnomédico, y por aquél entonces realizaba pequeñas curas y reparaciones menores.
Así le conocí yo, cuándo me torcí el tobillo con uno de los pseudoárboles del jardín principal. Recuerdo que yo no pedí ayuda, ni lloré. Habiendo estado toda mi vida jugando entre balazos, aquello era poca cosa. Me arrastré como pude hasta el caserón que se había dispuesto para mi familia, cuando alguien me agarró del hombro.
-¿Estás bien?
Era él. Sin saber muy bien porqué, enrojecí y bajé la cabeza.
-S-Sí. S-Sólo me he caído. Nada más.
Me di la vuelta, deseando poder salir corriendo, pero entre la cojera y la mano apoyada en mi hombro ni pude ni quise hacerlo.
-Hum...Déjame ver eso.
-¿Eh? N-No, en serio, que estoy b...Auch! ¿Pero que haces?
-Jeje, tranquila, que soy estudiante de tecnomedicina. Y por cierto, si estuvieses bien, esa caricia que te acabo de hacer no te hubiera dolido nada.
-...Perdón.
-¿Por qué?
-Bueno, solo somos la familia del Sector 5-XT9.
-¿Y qué? Hum, creo que lo tienes roto.
-¿Ah, sí? Bueno, pues que habrá familias más importantes aquí.
Al decirle eso, se quedó callado, y me miró directamente a los ojos, traspasándome con su mirada azul. Tras unos instantes, sonrió.
-Aquí no hay familias más importantes que otras. Estate tranquila. ¿Cuánto pesas?
-¿Eh...? No lo sé...
-Bueno, no parece que demasiado.
Viví toda mi infancia en un pueblo pequeño y mugroso, que tuvo la mala suerte de estar en medio de trifulcas continuas. Incluso teníamos una guerrilla que decía salvaguardar nuestros intereses. Mentiras, todo mentiras. Toda la familia estaba de acuerdo en eso, o al menos eso creían los mayores. Papá, mamá, el tío, los abuelos...Hasta que mi primo entró a formar parte de ellos. Le gritaron y amenazaron, mi tío le pegó una paliza. Recuerdo muy bien ese día... no fue hace tanto tiempo. Tan sólo unos nueve años. Yo debería haber estado en mi camastro, durmiendo. Pero no podía. En medio de una ensoñación que debía haberme llevado hasta el maravilloso mundo onírico que me permitía escapar de la realidad alguien gritó. Era mi madre, llorando. Después de otro grito, esta vez de mi tío, me desperté del todo. No entendí lo que dijo, pero sí aprecié el tono. Bajé de mi cama y me dirigí hacia dónde estaba toda mi familia. Todos en un semicírculo, rodeando a mi primo, en la asquerosa cocina que mi madre trataba de mantener limpia todos los días. Ví la cara de mi primo. Tenía mal aspecto, sin embargo, irradiaba convicción, pena y odio a partes iguales. Lloraba. Mi tío volvió a gritar, aunque esta vez sí entendí lo que decía. ¡Eres la vergüenza de la familia! Somos pobres, pero honrados, y esos cerdos que dicen que luchan por nosotros tan sólo te toman el pelo, imbécil. Se quedan con lo que rapiñan, raptan niños y violan mujeres. ¿Eso es lo que te hemos enseñado? ¿Eh, desgraciado?. Tras eso, le dio un bofetón. Le rompió el labio. Sangre y lágrimas se mezclaron, pero aquella mirada de fiereza no desapareció. Ya le había pegado antes, las magulladuras de sus brazos y el ojo que comenzaba a amoratarse lo aseguraban.
Limpiándose como pudo, apartó a mi tío, aunque sin tocarle y sin mediar palabra se fue. Inevitablemente, para poder salir, pasó por mi lado y todos me miraron. Sentí algo de miedo, por lo que me pudieran decir, pero era mi primo el protagonista aquél día, no yo. Al pasar, me tocó la cabeza y me miró. Tenía el rostro compungido y lloroso, ya no había esa mirada en su cara; me sonrió. Supe que no le volvería a ver más.
Pasaron un par de años, entre la rutina habitual. Hasta que un día, próximo a mi catorceavo cumpleaños, apareció un tal Joe. Era un hombre alto, rubio y bastante atractivo. Buscaba gente, familias, a poder ser, que se quisieran someter a unos cambios. Eran implantaciones de nuevas armas, implantes cibernéticos, aún prototipos en su mayoría, que según él, habían dado muy buenos resultados en monos y demás primates, y que no supondrían casi ningún peligro. Pagaba bien, además. Mi madre y mi abuelo se opusieron, pero mi padre y mi tío decidieron participar. A mí se me dio a elegir y acabé participando. Al final, toda mi familia fue trasladada lejos del pueblucho dónde nací.
Nos llevaron a una especie de caja enorme... Era una cúpula gigante, distribuida en distintos sectores, con un laboratorio grandísimo y doce más, mucho más pequeños. Allí había otras familias también. Allí conocí a Sally y a Peter. Sally tenía dos años más que yo, y Peter tres. Eran hermanos, muy altos y delgados. Pelirrojos los dos. Sally era la ayudante personal de Joe. Se encargaba de atender a los “invitados” y básicamente de ver cómo evolucionaban con los implantes. Su hermano Peter, era aprendiz de tecnomédico, y por aquél entonces realizaba pequeñas curas y reparaciones menores.
Así le conocí yo, cuándo me torcí el tobillo con uno de los pseudoárboles del jardín principal. Recuerdo que yo no pedí ayuda, ni lloré. Habiendo estado toda mi vida jugando entre balazos, aquello era poca cosa. Me arrastré como pude hasta el caserón que se había dispuesto para mi familia, cuando alguien me agarró del hombro.
-¿Estás bien?
Era él. Sin saber muy bien porqué, enrojecí y bajé la cabeza.
-S-Sí. S-Sólo me he caído. Nada más.
Me di la vuelta, deseando poder salir corriendo, pero entre la cojera y la mano apoyada en mi hombro ni pude ni quise hacerlo.
-Hum...Déjame ver eso.
-¿Eh? N-No, en serio, que estoy b...Auch! ¿Pero que haces?
-Jeje, tranquila, que soy estudiante de tecnomedicina. Y por cierto, si estuvieses bien, esa caricia que te acabo de hacer no te hubiera dolido nada.
-...Perdón.
-¿Por qué?
-Bueno, solo somos la familia del Sector 5-XT9.
-¿Y qué? Hum, creo que lo tienes roto.
-¿Ah, sí? Bueno, pues que habrá familias más importantes aquí.
Al decirle eso, se quedó callado, y me miró directamente a los ojos, traspasándome con su mirada azul. Tras unos instantes, sonrió.
-Aquí no hay familias más importantes que otras. Estate tranquila. ¿Cuánto pesas?
-¿Eh...? No lo sé...
-Bueno, no parece que demasiado.
En ese momento me cogió en brazos, y dando la espalda a la tercera casa del Sector 5-XT-9 me llevó hasta un blanco laboratorio que nunca antes había pisado, ya que sólo el personal autorizado (tal y como rezaba un cartel en la puerta) podía entrar.
Y hasta aquí la primera parte del transfondo de Liza ^_^
Etiquetas: relato