¿Y bien?
Heme aquí, masticando chicle de sabor fresa, con un pijama rojo horrible, delante del ordenador, portal y ventana, pero también caja tonta, que me abre las puertas del ciberuniverso. Mientras tanto, la muela derecha del juicio se abre paso entre la carne y la encía, para conocer el mundo y de paso suministrarme dolor gratuito.
Me meto otro chicle a la boca, el otro no tiene sabor; mascando se me va la ansiedad y puedo prestarle menos atención al nuevo diente que lucha por emerger. Tengo frío en la mano derecha, pero no en la izquierda, aunque sí un ostión en la pierna izquierda y no en su contraria. Es un moratón grande, que me mira mal cada vez que lo froto, con la vacua esperanza de que si lo toco lo suficiente acabará por desaparecer.
Hago memoria de las risas del fin de semana que acaba de concluir, sonrío al recordar sonrisas y suspiro de alivio al recordar miradas que ya no me afectan. La muela sigue taladrándome, mientras mis libros y apuntes de historia y filosofía me miran expectantes, esperando a ser utilizados y con suerte, también memorizados.
Un tercer chicle entra en mi boca, se me ha acabado la caja y mi estómago se queja de que la cantidad de comida real que le he metido hoy sea menor que la de días anteriores; he decidido hacer dieta, y deberé gastar muchos puntos de voluntad para hacer frente a la comida, que susurra divertida desde mi propia cocina. Pauso la escritura, voy a por un vaso de agua y sé que cuando vuelva, aquí seguirán las letras del word, impasibles ante la nada.
Vuelvo y me siento en la silla de cuero negro, efectivamente las letras aquí siguen, reproduciéndose ahora con mayor fluidez; quizá porque antes tenía la boca seca. Masco y masco, salivando, me miro las manos, sigo teniendo la derecha fría. Reflexiono, hoy tendré una dura batalla verbal con mis progenitores, y quiero salir de ella victoriosa.
Miro el reloj, me quedan catorce minutos exactos de libertad condicionada (que no condicional). Pongo música, la soledad de mi mandíbula masticando y el toqueteo en el ordenador es lo único que se oye junto a mi respiración en la casa vacía. Cambio tres veces de canción, las dos anteriores no me apetece escucharlas. Por alguna extraña razón, recuerdo la historia de Único el unicornio, último de su especie, a quién quieren exterminar los dioses.
Miro la cama, algo nostálgica, oteo la habitación; quiero tener un hogar propio, un rincón de soledad, un sitio que no tenga nadie esperándome a la vuelta. Palabras y frases que no tiene nada que ver se han tejido en este campo virtual; no tengo ni idea de por qué, sólo sé que lo han hecho y que lo volverán a hacer.
Etiquetas: horror..., personal e intrasferible
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