sábado, julio 07, 2007

La niña invisible I

Una vez, existió una niña invisible. Bueno, en realidad si que era visible. Bastamte. Quizá demasiado. Era alta, más que lo que el resto suele ser. Tampoco era ya muy niña. Pero nadie parecía advertir que estaba ahí, así como nadie parecía haber notado que habia crecido. No se sabe si era por culpa de la niña o de los que miraban sin ver, pero el caso era que nadie parecía verla.
Con el paso de los años la niña (que ya no lo era) se acostumbró a vivir así, sin ser vista. Vagaba por su casa como un alma por un cementerio: de forma delicada y etéra, casi sin mediar palabra con otro ser. Pasaba horas en su habitación, leyendo libros escritos es primera persona, para sentir lo que era ser vista, lo que era hacer cosas.
La cosa no mejoraba cuando salía a la calle: Sola entre un montón de gente, sólo era una más. Entraba a tiendas, compraba cosas. Daba el dinero y se volvía a su casa, para seguir viviendo una vida invisible que nadie parecía advertir.
Un día, decidió que iba a acabar con su vida invisible. Llenó la bañera hasta arriba de agua caliente y se metió en ella. Cojió la cuchilla y la miró. Le dieron tentaciones de que su sangre invisible se mezclara con el agua que, pese a ser transparente, era más visible y tangible que ella. Sin embargo, pronto desechó la idea. Tenía que hacer otra cosa para ser vista y acabar con su infantil vida invisible. No sabía el qué, pero dejar correr su sangre por las tuberías no le hacía especial ilusión.
Y hasta aquí, la primera parte

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