Tendría ocho o diez años. Una mañana, quizá a sobre las 5 o 6 de la madrugada, cuando Lorenzo comienza a despertar, me desperté yo. Estaba en mi pueblo, un pueblo perdido en el monte, cercano a Medina de Pomar. No sé por qué, fuí al balcón de la cocina, aún medio dormida, con el pijama puesto y en calcetines. Hacía frío, pero no volví a por una bata, seguí mirando entre la bruma, sin saber muy bien qué buscaba.
Entonces los ví. Eran unos diez o doce lobos, de color pardo y gris la mayoría. Íncreible, recuerdo que pensé. Ninguno advirtió mi presencia, salvo uno algo más corpulento que los demás, de color casi blanco. Giró su cabeza hacia mi balcón, y puedo jurar que me atravesó con la mirada. Una parte de mí quería retroceder, pero conseguí dominarme, anclada a la barandilla de hierro verde de mi balcón, y seguí mirando. Cuando dejó de clavar los ojos en mí, él y los suyos desaparecieron en la bruma. Algo hizo clack en mi interior, solté la barandilla congelada y me metí de nuevo en la cama, con la cabeza revuelta.
No recuerdo lo que hice hasta el día siguiente por la tarde, cuando les dije a mis abuelos que quería ir a dar un paseo. Con la condición de que no me alejase de la casa, me dejaron marchar sola. No les hice caso; crucé la carretera, subí por el pedregoso camino y me metí entre las ruinas de la vieja escuela, reino de telarañas, murciélagos y enredaderas. Es un lugar escalofriante que adoro, aún ahora.
Tras dar un par de vueltas, me senté en el suelo, escuchando la naturaleza a mi alrededor. Entonces algo salió detrás de mí. Me giré, despacio, esperando ver a una ardilla, o con suerte a un asustado corzo. Tuve que ahogar un grito. Allí estaban, los lobos del día anterior, con el blanco a la cabeza. Me agaché, me pusé como pude en la postura de sumisión que ponen perros y lobos ante un rival más fuerte que ellos y esperé a que o bien se marcharan o bien saltasen a mi cuello.
De repente la tensión se rompió con un grito de mujer: Era mi abuela, que me llamaba en el pueblo. Parecía angustiada. No pude evitarlo y miré hacia dónde debía estar. Cuando giré la cabeza de nuevo hacia la manada, el gran lobo blanco estaba frente a mí, con sus ojos azul pálido clavados en los míos. Cuando pensé que me iba a atacar, se dió la vuelta y a los pocos pasos me miró, espectante.
No sé por qué, en vez de correr hacia mi abuela, me levanté y le seguí. Cuando hice eso, todos se pusieron en marcha. Echaron a correr, parandose otra vez, para ver si los seguía. Los seguí. Imágenes de caza, de carne cruda, de hablar sin mover los labios, de entendernos sin palabras, de años en la espesura del bosque vienen a mí. El pelo me creció, los ojos se acostumbraron a ver entre sombras, el paladar se regodeaba con el sabor de la sangre caliente de los animales que cazábamos. Los aullidos de mi manada se oían cada noche, como una interminable fiesta de cantos.
Un día, volvimos a pasar cerca de mi pueblo. Y allí los ví: Una pareja de ancianos estaban sentados, mirando al horizonte, mirando como Helios se ocultaba entre los montes. Y entonces sentí una punzada de nostalgia, una punzada que el alpha sintió en mí. Con un gruñido corto se alejó de mí. Iba a seguirle de nuevo, pero cuando lo hice enseñó sus dientes y me miró con una fiereza que jamás había mostrado.
Llorando, aparecí entre los arbustos y llamé a mis abuelos. Después de tantos años sin hablar, aquello parecía más un lamento de un animal que el habla de un humano. Cuando me vieron vinieron hacia mí, me abrazaron, me besaron y entre lágrimas me dijeron que jamás habían perdido la esperanza. Lloré. Lo que no sé es por qué. ¿Por reencontrarme con mi familia o por perder a mi manada?
Bueno, espero que os haya gustado. En realidad es un sueño que tuve a la edad de ocho o diez años, antes de conocer Hombre Lobo como juego de rol, y creo que incluso antes de ver la Princesa Mononoke. Lo curioso es, que ya se me ha repetido más de una vez, hace muy poco de nuevo :P
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